EL TABACO
(Poema en 'Octavas reales' de Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), dramaturgo y poeta, académico de la Lengua.)
Quizá no sea el primero pero, sin duda, es uno de los cantos poéticos clásicos más completos de alabanza al tabaco, hasta extremos que no podemos compartir. En todo caso, incluye referencias y datos interesantísimos. Nos falta comprobar la fecha exacta de composición y a qué poemario o publicación pertenece.
Canten otros el Nabo y la Judía,
cantar que tiene a fe, cuatro bemoles;
lleve otro su poética manía
hasta el extremo de cantar las Coles;
cante alguno mañana u otro día
la gloria del arroz con caracoles;
mas con permiso yo de Horacio Flaco
canto las alabanzas del Tabaco.
Si algún bien positivo a España trujo
nauta atrevido el genovés Colombo,
no el oro fue que Potosí produjo,
no el tostado café que sirve Pombo,
ni el ave tropical que habla por lujo;
¡No, nada de eso! O yo soy un zambombo,
o no vino de allá, ¡voto a dios Baco!,
mercancía más útil que el Tabaco.
Negro, como el Brasil lo fabricaba
para arrollarlo en sempiterna soga,
que dulce al catalán como guayaba
le parecía cuando estaba en boga;
o en luengo puro, que hace echar la baba;
o en papelillo envuelto como droga,
o quemado en la pipa al modo austriaco,
inestimable yerba es el Tabaco.
Reine la ley, o el despotismo aleve,
de la santa igualdad él es la escuela.
Fuma el último quídam
de la plebe;
fuma el prócer que brilla en carretela.
¿Qué hombre a decir a otro hombre no se atreve:
Hágame usted el favor de la candela?
¿Quién la niega al más ruin hominicaco?
¡Oh virtud fraternal la del Tabaco!
¿Qué importa si los pobres lo consumen
de Virginia o Kentuqui, a cuarto el puro?
¿Qué importa que otros prójimos lo fumen
habano rico, la docena un duro?
La calidad ¿qué importa si, en resumen,
flojo o más fuerte, claro o más oscuro,
barato o no, por consecuencia saco
que todo ello es fumar, todo es Tabaco?
Un cigarro las fuerzas restituye
al tostado jayán que cava y suda;
la bota el zapatero no concluye
si el humo del cigarro no le ayuda;
el letrado con él chupa y arguye,
y si la gota crónica y aguda
aflige al sesentón hipocondriaco,
le alivia, más que el médico, el Tabaco.
Al jugador que pierde su dinero,
al aguador que rompe su botijo,
en su hondo calabozo al prisionero,
al reo pregonado en su escondrijo,
al demente en su jaula, al mundo entero
es consuelo el fumar. ¡Oh qué bien dijo,
llámese Pedro o Juan, Diego o Ciriaco,
el que dijo: ¡a mal dar, tomar Tabaco!
¿Quién no ha visto en presidios y cuarteles,
cual su hacienda Esaú por un potaje,
vender a veteranos los noveles,
tras del último harapo de su traje,
y aunque sufran después ansias crueles
y el estómago hambriento se relaje,
el cotidiano pan negro y bellaco
para comprar dos onzas de Tabaco?
Aunque andrajoso, abigarrado y feo
el soldado español vaya a la guerra
y tenga que vivir del merodeo
y descansar sobre la dura tierra,
(porque las corvas uñas de un hebreo
roban la plata que el Tesoro encierra)
derrotará al calmuco y al cosaco
si no le faltan pólvora y Tabaco.
Amigo (otros dirían alcahuete)
es de Amor el Tabaco. So
pretexto
de encender un cigarro, el mozalbete
a declarar su fin, no siempre honesto,
en el hogar de Brígida se mete...,
Aunque se expone a que con agrio gesto,
si es sorprendido haciendo un arrumaco,
padre o rival le den para Tabaco.
Y ¡qué es ver a un currillo malagueño,
después que en Estepona hace el alijo
y el género cubano o brasileño
resguarda del resguardo en un cortijo,
con una mano de su dulce dueño
la cintura estrechar... ¡ay regocijo!...
mientras tiene en la otra su retaco
y en la boca la muestra del Tabaco!
Y ¡qué es ver sobre el puente de Triana,
a babor y estribor terciado el dengue,
pasearse la gárrula gitana
columpiando con brío el bullarengue,
y encendido un chicote de La Habana
desafiar osada a Dios y al mengue!
Movería a un bajel su aire de taco
y a otro el denso vapor de su Tabaco.
Y si tomado en humo por la boca
da el Tabaco momentos tan felices,
¿qué gratas sensaciones no provoca
cuando en polvo lo gozan las narices?
Dígalo la abadesa con su toca;
díganlo más de tres sobrepellices.
Cura hay que sorberá sal amoniaco
y dirá en su ilusión: ¡qué buen Tabaco!
El segador que viene de Galicia
flaco vuelve a su tierra como alambre.
Por ahorrar un ochavo (¡vil codicia!)
se dejará morir de sed y de hambre.
Sólo el polvo es su orgullo y su delicia
aunque en vez de rapé huela a cochambre;
ni siente ver vacío el sucio saco
si el fusique está lleno de Tabaco.
Finalmente, el Tabaco es cosa grande,
ya al paladar o a la nariz se pegue,
y al que lo niegue, Dios se lo demande,
si hay algún temerario que lo niegue;
y sin que humana súplica me ablande
yo exclamaré fumando:
¡al cielo plegue
que salga un golondrino en el sobaco
al que sea enemigo del Tabaco!
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